Amigo fiel que nos hace más sociables y nos obliga a movernos

Orígenes de una amistad ancestral

La relación entre humanos y perros tiene un origen muy lejano  en la historia de nuestra especie. La evidencia fósil más antigua de un perro domesticado por el hombre fue encontrada en 2008 en la cueva Goyet de Bélgica, correspondiente a hace unos 31.700 años, aún en la era Paleolítica. Los investigadores se inclinan a pensar que fue el perro el que dio el primer paso para acercarse al hombre y no al revés.

El perro es una subespecie doméstica del lobo. El hombre consiguió domesticar a ejemplares de lobos o, más probablemente, permitió que lobos se introdujeran en sus aldeas y tuvieran allí a sus cachorros. En cualquier caso, la ciencia aún trata de averiguar cómo comenzó esta relación de mutuo beneficio. El perro era útil como ayuda en la caza y para defender al grupo y su morada. Más tarde acabarían realizando otras labores como pastores o, en la actualidad, policías. Por otro lado, vivir junto al hombre también fue ventajoso para el cánido. Un perro viviendo en una comunidad humana, aún en la Antigüedad, podía alimentarse con menos esfuerzo que uno salvaje y vivir en mejores condiciones disfrutando del afecto y cuidado humanos.

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El perro fue domesticado por el hombre antes que ningún otro animal, incluyendo caballos o cualquier tipo de ganado. Charles Darwin planteó la teoría de que los perros se fueron acercando al hombre para devorar los restos de sus piezas de caza. Poco a poco fueron desarrollando confianza hacia el ser humano. Los menos desconfiados y más amistosos hacia los hombres vivían más y se reproducían más. Tenían, por tanto, una ventaja evolutiva frente a sus congéneres más recelosos hacia las personas.

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Más adelante consiguieron evolucionar hasta llegar a ser el animal con mayor capacidad para interpretar las palabras o gestos humanos. Por ejemplo son el único animal (ni siquiera los primates más evolucionados pueden) que entiende lo que queremos decir cuando señalamos algo con el dedo y decimos “mira eso”.

¿Son realmente el mejor amigo del hombre?

Un estudio reciente aparecido en la revista Science revela que entre humanos y perros pueden establecerse vínculos únicos gracias a la oxitocina, la llamada “hormona del amor”, que en el cerebro parece estar involucrada en las relaciones de confianza y generosidad y cuya carencia podría jugar un papel relevante en la aparición de trastornos como el autismo.

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Un nuevo estudio realizado en Japón y también publicado en Science demuestra que los sentimientos de compañerismo que desarrollamos hacia los perros son consecuencia del contacto visual directo. Se ha demostrado que cuando humanos y perros nos miramos a los ojos los niveles de oxitocina se incrementan tanto en el dueño como en su mascota. También se comprobó que el perro sólo segrega oxitocina cuando mira a sus dueños, no a cualquier persona. Quizá responda a esta reacción hormonal la afirmación de los psicólogos de que nuestra personalidad varía en función de si sentimos más afinidad hacia perros o gatos y que los dueños de perros suelen ser más sociables y los de gatos prefieren vivir solos.

Los mismos investigadores demostraron que lobos criados por seres humanos no presentaban incrementos en sus niveles de oxitocina al establecer contacto visual prolongado con sus criadores. Parece ser una cualidad neurológica específica de los perros, desarrollada a lo largo de milenios conviviendo con nosotros. Sabiendo esto podemos comprender el fundamento de la TAA (terapia asistida por animales), en la que se emplean animales de compañía, fundamentalmente perros, para estimular la secreción de oxitocina de cara a atenuar los síntomas de trastornos mentales como autismo, depresión, ansiedad o estrés crónico.

La lealtad en el perro

Veremos algunos casos demostrativos de lo mejor que los perros han entregado al hombre a lo largo de nuestra extensa relación:

En las ruinas de Pompeya se encontró a un perro que cubría a un niño pequeño con su cuerpo, en un intento desesperado de protegerlo de la nube de cenizas, y no fue esta la primera vez que lo hacía, en su collar se encontraron tres marcas de reconocimiento por otras tantas veces que había salvado la vida de su joven amo.

En uno de los pasajes más bellos de la Odisea, cuando Ulises vuelve a su amada Ítaca tras veinte años de partir hacia la guerra de Troya, lo hace disfrazado de vagabundo para no ser reconocido. Entonces solo Argos, su antiguo perro, viejo y enfermo, es capaz de ver en el harapiento al héroe que regresa al hogar. Aletea el rabo y agacha las orejas mirando a su amo, pero su anciano corazón no resiste el torrente de emoción y muere a sus pies. Ulises debe enjugar una lágrima, al observar la muerte de su querido y fiel amigo, para no despertar sospechas y poder entrar al palacio a matar a los pretendientes de Penélope. En tiempos homéricos (siglo VIII antes de Cristo) el perro ya era el mejor amigo del hombre.

Cervantes, en su “Coloquio de los perros” dice “Bien sé que ha habido perros tan agradecidos que se han arrojado con los cuerpos difuntos de sus amos en la misma sepultura. Otros han estado sobre las tumbas donde estaban enterrados sus señores, sin apartarse de ellas, sin comer, hasta que se les acababa la vida”.

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La película protagonizada por Richard Gere popularizó la historia de fidelidad del perro japonés Hachi-Ko (en cuya memoria se erigió una estatua como ejemplo de lealtad para los jóvenes japoneses), que todos los días iba a la estación de tren a esperar a su despistado amo, un profesor de la Universidad de Tokyo. Pero un día de 1925 su amo no volvió. El pobre perro no podía saber que éste había fallecido en el trabajo. Los amigos del profesor le encontraron un nuevo hogar, pero él se las ingeniaba todos los días para escaparse y poder acudir a la estación de Shibuya a esperar la llegada del viejo profesor. Hizo esto cada día durante cerca de diez años. El día que Hachi-Ko murió, a los doce años de edad, fue declarado de luto nacional y se nombró oficialmente a la raza Akita como “monumento viviente” en recuerdo de Hachi-Ko.

En 1995 Bailey, un perro mezcla de retriever y labrador, cuando su dueño fue ensartado por un toro contra una valla, intervino lanzándose contra el toro, mordiéndole en la nariz y orejas, permitiendo así que su dueño escapase por debajo de la valla. Apoyándose en Bailey consiguió llegar hasta su casa, donde tras una larga convalecencia consiguió recuperarse y continuar su vida junto a su fiel y valiente amigo.

Es dificilísimo que un perro cambie su fidelidad, incluso con un cambio de amo cabe la posibilidad de que jamás transfiera ese sentimiento.

La necesidad de caminar

Vivimos en un mundo automatizado donde las máquinas cada vez hacen más cosas por los humanos e impiden que nos movamos por nosotros mismos: el coche nos lleva de casa a la oficina, donde cogemos el ascensor para subir a la quinta planta, estar ocho horas sentados frente a un ordenador y luego bajar en el mismo ascensor. Entramos en el metro y nos subimos a las escaleras mecánicas, después nos sentamos en la bici estática con pantalla digital del gimnasio y pedaleamos una hora como autómatas mientras miramos videos de la Mtv en la tele de plasma o contestamos whatsapps, para después sentarnos en el autobús e ir a cenar pizza otra vez sentados. También vemos demasiadas horas de tele, estudiamos o leemos siempre sentados…

Diversos estudios (Sociedad Española de Cardiología, Universidad de Navarra, National Heart Foundation of Australia) relacionan estar mucho tiempo sentado (independientemente de si se realiza actividad física o no, es decir, que 30 minutos de gimnasio no compensan 15 horas de tv) con mayor resistencia a la insulina, mayor inflamación, peor perfil lipídico, mayor perímetro de cintura, diabetes y mayor mortalidad. Esto ya lo anunció (los peligros del confort moderno) el Premio Nobel de Medicina Alexis Carrel allá por los años 30 del pasado siglo.

Debemos romper este círculo vicioso y empezar a caminar. Si no 15 km diarios como estimamos lo hacían nuestros ancestros (por el patrón mostrado en sociedades cazadoras-recolectoras actuales) sí al menos 7 u 8 km (unos 10.000 pasos), suficiente para disfrutar de los múltiples beneficios de caminar:

  • Bueno para el corazón: reduce triglicéridos y presión arterial. Mejora el riesgo de hipertensión, diabetes y enfermedad cardiovascular más que correr.
  • En personas mayores con trastornos cognitivos mejora la memoria más que suplementos dietéticos, disminuye el riesgo de cataratas y la mortalidad.
  • Reduce la inflamación generada por el ejercicio intenso, por lo que largas caminatas como descanso activo entre entrenamientos duros es una estrategia ideal para recuperarnos.
  • Es la mejor actividad considerando un análisis riesgo-beneficio para personas en muy mal estado físico, de edad avanzada o que se recuperan de una lesión. Además las calorías que gastamos andando provienen principalmente de nuestras reservas de grasa

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Hay varias formas de conseguir caminar más en la era digital: usar menos el coche, subir escaleras y pasar del ascensor, reunirnos y charlar caminando… pero tener un perro al que pasear es la excusa perfecta. Otro razón más para decidir tener uno. Yo personalmente desde que recogí a Dingo, mi podenco andaluz, al que encontré en el Valle de Iruelas (Ávila), no he parado de andar. Como buen perro de caza necesita mucho ejercicio y campo abierto, lo que me “obliga” a salir al campo (algo que adoro) siempre que puedo. Y en los seis años que llevamos juntos habremos recorrido ya miles de kilómetros. Él buscando conejos y yo mejorando mi salud gracias a mi infatigable compañero.

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