“Para progresar de nuevo el hombre tiene que reconstruirse. Y no puede hacerlo sin sufrimiento. Porque él es a la vez el mármol y el escultor”
Alexis Carrel
El Premio Nobel de Medicina francés Alexis Carrel plasmó en 1933 en este libro, “La incógnita del Hombre: El Hombre, ese desconocido”, un compendio de sus investigaciones y conclusiones derivadas de años de observación empírica en torno al Hombre y a las condiciones de vida que le imponía la civilización industrial. Él soñaba (de modo excesivamente optimista) con que un puñado de hombres de ciencia pudiera recopilar todo lo que las distintas disciplinas científicas habían descubierto acerca del ser humano para crear una ciencia del hombre integral, que abarcara sus múltiples aristas y que pudiera marcar la dirección a seguir por la humanidad en el futuro. Este libro era el primer paso hacia ese sueño.
La filosofía que subyace en este blog está inspirada en gran parte por dicho libro, en algunos aspectos desactualizado, pero es su espíritu lo que nos importa y por eso os ofrecemos algunos extractos que dan una idea general y aproximada de lo que el mismo desea expresar (así podréis observar el fundamento de alguna de las afirmaciones aparecidas en el blog):
Civilización Moderna
“Los hombres no pueden seguir adelante el curso actual de la civilización moderna. Porque están degenerando. Se han dejado fascinar por la belleza de las ciencias de la materia inerte… La atención de la Humanidad debe volverse de las máquinas y la materia inanimada al cuerpo y el alma del hombre. El hombre, tal y como le conocen los especialistas en Anatomía, Física, Química, Fisiología, Psicología, Pedagogía, Historia, Sociología, Economía… no es el hombre real sino un esquema, compuesto de otros tantos esquemas construidos por las técnicas de cada una de esas ciencias. Es el homo economicus que debe consumir incesantemente productos fabricados para que las máquinas, de las que es esclavo, puedan seguir funcionando; pero es también el poeta, el héroe y el santo”.
“La educación moderna, libre de principios religiosos, incita al hombre a adquirir riqueza por todos los medios a su alcance, a condición de que dichos medios no le lleven a presidio. Le permite la frecuente excitación y la fácil satisfacción de sus apetitos sexuales. Le suprime la disciplina y el esfuerzo, todo lo que le sea incómodo o trabajoso. La gente es más feliz desde el punto de vista material pero a menudo su salud no les permite continuar indefinidamente con los excesos alimenticios, alcohólicos y sexuales a que les conduce la supresión de toda disciplina”.
“La ciudad moderna se compone de edificios monstruosos y de calles estrechas y oscuras, llenas de humo y gases tóxicos, rasgadas incesantemente por el estruendo de taxis y camiones y atestadas de inmenso gentío. Es evidente que esto no fue planeado en beneficio de sus habitantes”.
“Ninguno de los dogmas de la sociedad moderna es inmutable. Para la civilización no son indispensables las fábricas gigantescas, los edificios de negocios que se elevan hasta el cielo, las ciudades inhumanas, la moral industrial, la fe en la producción en masa. Son posibles otros géneros de existencia y pensamiento: la cultura sin comodidades, la belleza sin lujo, las máquinas sin fábricas esclavizadoras, la ciencia sin el culto a la materia, aunque el hombre ha caído en la indiferencia para todo lo que no sea dinero. El materialismo brutal de nuestra civilización no sólo se opone al encumbramiento de la inteligencia sino que oprime también a los débiles, a los aislados, a aquellos que aman la belleza, que buscan algo más que el dinero, cuya sensibilidad no resiste la vulgaridad de la existencia moderna”.
Ejercicios corporales
“El ambiente que durante muchos milenios ha moldeado el cuerpo y el alma de nuestros antepasados ha sido sustituido por otro. Este es uno de los acontecimientos más dramáticos en la historia de la Humanidad. En todas partes las máquinas han disminuido la intensidad del esfuerzo humano. Hoy no es preciso andar. Los ascensores han sustituido a las escaleras. Todo el mundo viaja en autobuses, tranvías o taxis, aun cuando sea muy corta la distancia a recorrer. Los ejercicios corporales naturales, tales como andar y correr sobre terreno accidentado, el alpinismo, la labranza manual de la tierra, el derribo de árboles con hacha, el trabajar expuestos a la lluvia, al sol, al viento, al frío y al calor, han cedido su lugar a los deportes que apenas si implican riesgo y a las máquinas que suprimen el esfuerzo muscular. En todas partes hay campos de tenis o golf, pistas artificiales de patinaje o piscinas acondicionadas donde los atletas se ejercitan protegidos contra las intemperies. De este modo todos pueden desarrollar sus músculos sin estar sujetos a la fatiga y penalidades que llevan consigo los ejercicios correspondientes a una forma de vida más primitiva. Suprimiendo el esfuerzo muscular de nuestra vida diaria hemos suprimido también sin darnos cuenta el incesante ejercicio que éste provoca en nuestros sistemas orgánicos. Cuando los músculos trabajan consumen oxígeno, ácidos grasos y glucosa, producen calor y vierten ácido láctico en la sangre. Para adaptarse a estos cambios el organismo pone en acción el corazón, el aparato respiratorio, el hígado, el páncreas, los riñones, las glándulas sudoríparas, los sistemas cerebroespinal y simpático. Actualmente el estado acostumbrado de estos sistemas es el reposo”.
Alimentación
“Los alimentos de nuestros antepasados han sido también sustituidos. Los hombres modernos se han olvidado de que las mandíbulas están hechas para triturar cosas resistentes y el estómago constituido para digerir productos naturales. La vaca y el cordero no son ya los alimentos básicos. Los elementos principales de la dieta moderna son los cereales refinados, la leche y el azúcar en gran abundancia, en forma de tartas, dulces y repostería variada. La regularidad de las horas de trabajo en fábricas y oficinas ha impuesto la de las comidas. Debido a la riqueza y a la decadencia del espíritu religioso los seres humanos nunca se habían alimentado tan puntual, abundante y continuamente. Esto ha inutilizado esa función de adaptación que tan importante papel ha desempeñado en la supervivencia de la especia humana: la adaptación a la falta de alimento. En la vida primitiva los hombres se hallaban sujetos a largos periodos de ayuno. Cuando la escasez no les obligaba al hambre, se privaban voluntariamente de la comida. La privación de alimento produce a lo primero una sensación de hambre, de vez en cuando algún estímulo nervioso y, más tarde, una sensación de debilidad. Pero también da lugar a fenómenos ocultos que son mucho más importantes. El glucógeno del hígado y la grasa de los depósitos subcutáneos se moviliza, así como las proteínas de músculos y glándulas. Todos los órganos sacrifican sus propias sustancias para mantener en condiciones normales la sangre, el corazón y el cerebro. El ayuno purifica y modifica profundamente los tejidos”.
Funciones de adaptación
“Utilizamos nuestras facultades de adaptación mucho menos que nuestros antepasados. Durante los últimos tiempos nos hemos acomodado a nuestro medio ambiente gracias a mecanismos creados por nuestra inteligencia y no merced a nuestros mecanismos fisiológicos. La ciencia nos ha proporcionado medios de conservar nuestro equilibrio intraorgánico más agradables y menos laboriosos que nuestros mecanismos naturales. Los habitantes de la ciudad moderna no sufren ya los cambios de temperatura atmosférica, están protegidos por las casas modernas, los vestidos y los automóviles. El organismo no tiene que luchar contra el frío poniendo en movimiento las cadenas de procesos fisiológicos asociados que aumentan los cambios químicos y modifican la circulación de todos los tejidos. Estos sistemas permanecen en reposo si se combate el frío con ropa de abrigo y aparatos de calefacción. El viento nunca azota la piel del hombre moderno. Nunca tiene que defenderse de la nieve durante largas y penosas horas. En tiempos pasados los mecanismos que regulaban la temperatura de la sangre se mantenían en actividad constante por medio de la lucha contra los rigores del tiempo. Hoy permanecen en estado reposo perpetuo. Sin embargo, el ejercicio de las funciones de adaptación resulta indispensable para el óptimo desarrollo del ser humano”.

La tribu
“En la inmensidad de las ciudades modernas el hombre está aislado y como perdido. Es una abstracción económica, una cabeza del rebaño. Pierde su individualidad. No tiene responsabilidad ni dignidad. Sobre la multitud destacan los ricos, los poderosos políticos, los delincuentes. Los demás son sólo polvo anónimo. En cambio, el individuo sigue siendo un hombre cuando pertenece a un grupo reducido, cuando habita en un pueblo o una diminuta ciudad donde su relativa importancia es mayor, donde puede esperar transformarse en un ciudadano influyente para su pequeña comunidad”.